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Huérfanos de revistas literarias




Desde el principio de la prensa, la literatura y las revistas literarias han ido de la mano. Antes que las revistas, fueron los diarios y folletines. Pero en el siglo XX las revistas especializadas dieron cabida a los movimientos y autores más importantes de la literatura contemporánea.

Si has intentado buscar alguna revista literaria últimamente por los quioscos españoles te habrás encontrado con una sequia espectacular.

En primer lugar, cabe distinguir entre revistas literarias y publicaciones en torno al mercado o el sector de los libreros. En estas dos coordenadas, encontramos una de las más vendidas, Qué leer y De libros. La primera nació y creció en un sello editorial del prestigio de Hachette y hace unos años cambió de manos, nada más y nada menos que a la factoría MC. Curiosamente, no ha cambiado ni un ápice su línea editorial. En cuanto a De libros, se mueve exclusivemente en el sector de editores.
Después, dentro del grupo de las revistas especializadas se inscriben unas que, en su origen trataban sobre todo o únicamente de literatura, y ahora tratan muchos otros temas. Incluso se da la circunstancia de que el apartado sobre libros y autores no destaca sobremanera. Ejemplos: Revista de libros, excepcional por otro lado; Revista de Occidente, Ínsula, etc.

Actualmente son pocas las revistas que se limitan a hablarnos del mundo de las letras. Destaca Leer, a medio camino entre el cariz puramente informativo de Qué leer, y una profundidad intelectual.

Caso aparte es el de la revista Quimera. Hace unos años era un referente absoluto en el mundo hispano. Desde que cambió de dirección, y no voy a entrar en acusaciones ni polémicas, su orientación giró en torno a las tendencias del mundo hispanoamericano. Una opción tan válida como cualquier otra pero que supuso un progresivo alejamiento del lector español. De todas maneras, ese golpe de timón atrajo una serie de descuidos en cuanto a maquetación, corrección ortotipográfica, actualidad de las críticas, etc. que rebajó mucho la calidad de la publicación. El colmo del asunto vino cuando su director decidió escribir un número por sí mismo y colarlo como un número más, con múltiples voces.

La realidad es que la realidad imperante, la de la política de mercado puro y duro, ha puesto más difícil si cabe la existencia de revistas literarias independientes. Lo fácil sería achacárselo a Internet, pero esta teoría cae por su propia peso por la ausencia de un referente claro en forma de página web.

Son malos tiempos, pues, para el deleite literario, su estudio, análisis y reflexión. La literatura de consumo masivo lo invade todo e incluso el viejo y discutido canon se empieza a tambalear, de manera que la presión mediática y los mercenarios de la pluma ponen y quitan santos con suma rapidez.

Sólo hay que pasearse por los suplementos culturales de los periódicos españoles. Poco rentables, aunque no excesivamente caros, si se mantienen es porque cada grupo informativo tienen conexiones con algún grupo editorial. Por eso, no es de extrañar que en El País proliferen los títulos de Alfagura y en El Periódico, los de Grupo Zeta, por citar dos ejemplos.

¿El futuro? Mientras la gente lea poco y se deje llevar por las listas de los más vendidos de El corte inglés, las revistas literarias tienen poco qué decir, a no ser que cuenten con un mecenazgo considerable, como ocurre con Caja Madrid y Revista de libros, que aunque no es estrictamente literaria, me parece de lo mejorcito que se edita hoy en día en español.

Si quieres echarle un vistazo a las revistas literarias agrupadas en torno a la Asociación de revistas culturales ARCE visita este enlace.

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